
28 Ago Navidad
Apenas ha empezado, pero ya sé cómo acabaré la Navidad: diciendo que estoy harta de comer, de actos sociales, de mensajes cursis enviados por todo hijo de vecino, deseando quedarme en casa, aborreciendo salir de fiesta, suplicando la rutina y la normalidad y soñando con pasar hambre y convertirme en la reina del deporte.
Sin embargo, apenas ha empezado y ya la estoy disfrutando con distintas comidas, reuniones con amigos y alguna sorpresa que hacen que me entren unas ganas locas de más.
Y es que, aunque vaya a acabar harta, me gusta la Navidad. Me gusta, me encanta, me emociona. Me gusta la Navidad porque me transporto a mi infancia: a los villancicos, a la ilusión, a los nervios, a las reuniones en familia, a las partidas al chorizo, a la perejila, a trasnochar con permiso y ponerme morada de turrón…
Me gusta porque me encanta reconocer en los más pequeños esas mismas ilusiones que yo viví.
Me gusta el olor a chimenea, la niebla y cantar villancicos con mi abuela (aunque me haga la remolona) cuando estoy en el pueblo. Y confieso que también me encanta ver Valladolid atestado de gente.
Pero hay dos razones fundamentales por las que creo que cada año me gusta más la Navidad. La primera es que vuelvo a juntarme con toda la familia. Aunque en la mesa, que no en el corazón, falta algún ser querido, cada vez somos más, y unidos no solo pasa la vida, sino que también la celebramos. La otra, y la culpable de que pase tanto tiempo en bares, restaurantes, eventos y saraos varios durante estos días es el regreso de mis amigos.
Javi, Alma, Itzi, el otro Javi, Raquel… son algunos de mis amigos, ¡los más amigos! a los que esta tierra expulsó y a los que la Navidad trae religiosamente, y nunca mejor dicho, año tras año al reencuentro.
Hace días los periódicos se llenaron de páginas que alertaban del rápido y desgraciado vacío que está sufriendo Castilla y León, pero las personas de nuestra generación no necesitamos ninguna portada para constatar que todos nuestros amigos viven fuera. Que hablamos por teléfono, por Skype o por las redes sociales, pero que ya no sabemos lo que es salir de fiesta juntos. Los que nos hemos quedado sabemos lo triste que es responder, cuando nos preguntan que qué tal estamos todos por aquí, que aquí ya no hay nadie, como triste es también dedicar nuestro tiempo, cuando nos juntamos, a recordar nuestras antiguas andanzas porque hace tiempo que dejamos de generarlas juntos.
Así que a mí me emocionan estas fechas porque, sea cual sea la causa, y con independencia de las creencias religiosas, me emociona que volváis a casa y disfrutaros aunque sea unos poquitos días; me emociona la gente en la calle, y compartir momentos especiales con tantas personas que quiero a la vez, y me emociona la ilusión de los niños y la cara de alucinar que ponen el día de Reyes. Y además soy una glotona y me encantan el turrón, los mazapanes, los polvorones, el lechazo, los langostinos, el cascajo, la escarola con granada, los canapés y todo lo que se tercie, lo reconozco.
Así que estoy emocionada por los que venís, por los que están de vacaciones, por los que tenemos niños cerca, y por la inmensa fortuna que es sentarnos todos juntos en una misma mesa, aunque la razón sea la costumbre y el calendario.
Me podrían dar igual las luces, la Marimorena y el Tamborilero. Pero me encantan. Porque da igual la razón por la que sea, pero os veo sonreír. Y os veo de carne y hueso. Y os veo muchos días. Y…
Y terminaré odiándolas porque soy como el resto, que lleva ya semanas de fiesta y quejándose a la vez, diciendo que odia la Navidad, pero deseando que lleguen los turrones, hablando de la hipocresía y la falsedad, pero deshaciéndose en amores con los que más quiere… Y… ya vienen los reyes por el arenal.
***Este artículo lo publiqué en La Mar de Campos en enero de 2018.