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Lobotomía


Hace algún tiempo me invitaron a una mesa redonda sobre despoblación. Mi labor era esbozar algunas de las ideas que pienso y repienso en mis ratos libres y ocupados como posibles soluciones a este mal que se lleva sin retorno a la gente de nuestros pueblos, compartirlas con el foro y debatirlas después.

El caso es que, para mí, un punto fundamental en la vertebración de nuestro territorio es el transporte: autobuses, taxis, trenes… en cada caso lo que corresponda, que con absoluta frecuencia y disponibilidad nos traiga y nos lleve de nuestras viviendas a nuestros centros de ocio y servicios, como le ocurre a cualquiera que vive en una capital.

En una ciudad no es habitual que toda una familia se cambie de un barrio a otro por causa laboral, por ejemplo; la gente se mueve de una punta a otra de la ciudad en tren, metro, autobús, taxi, bici…, se desplaza kilómetros para hacer la compra en un centro comercial, tarda minutos, incluso horas, para ver, por ejemplo, un partido de fútbol… pero siempre vuelve al hogar.

Para mí esto es una cosa bastante evidente. Yo misma dejaría aparcado mi vehículo particular si pudiera ir y venir de trabajar en el coche de línea o el taxi rural cada mañana… O si pudiera ir por la tarde al cine con viaje de vuelta, o si, simplemente, quisiera irme dos pueblos más allá a visitar a un amigo, tomarme dos vinos y volver sin mayor preocupación.

Pero cuál fue mi sorpresa cuando, al exponer esto mismo en aquella mesa, varias señoras del público se lanzaron, bastante escandalizadas, por cierto, a convencerme del sinsentido de mi propuesta, ya que nadie cogía el autobús en su pueblo. Poner más líneas y más frecuencias no sería sino un derroche de dinero.

Yo me afané en explicarles que es muy probable que en su pueblo nadie coja el autobús porque el diseño de esas líneas no responde a las necesidades reales de los usuarios, sino de las empresas concesionarias. Pero no hubo manera. Las señoras estaban convencidas de que la desaparición del transporte provincial no era la causa sino la consecuencia de la voluntad de los usuarios.

Me fui triste de aquel pueblo.

Semanas después he conocido el testimonio de una madre de cuyo pueblo ya habían desaparecido las líneas de autobús. Me contaba que tarda un mínimo de 3 días de burocracia y 80 kilómetros en vehículo particular para que sus hijos lleguen al pediatra. Así que nunca llega a la cita.

Animada a que se conociera su circunstancia, se grabó en vídeo para denunciar tal agravio. La mayor parte de la gente lo comprendió, claro. Sin embargo, tuvo que enfrentarse a un grupo de padres y madres que le preguntaban, no sin cierta indignación, cómo pretendía ella el disparate de que esos kilómetros y esos plazos se acortasen, para cuatro niños que hay. Como si ir al pediatra fuese cuestión de vicio.

Y yo me pregunto hasta qué punto nos han lobotomizado. Hasta qué punto nos han machacado con la “lógica” del mercado para que las personas acaben renunciando motu proprio a sus derechos, asumiendo la culpa del gasto que supone proporcionar un determinado servicio.

Lo mismo que cuando asumimos como normal que una empresa no quiera dar cobertura de Internet en nuestro pueblo porque no puede salirle rentable. Yo me pregunto si a la gente se le ha olvidado que hace unas décadas desde el Estado se garantizó al menos un teléfono por municipio y posteriormente uno por casa. Jamás escuché a nadie tildar aquello de comunista bolivariano, ni nada parecido.

Y lo mismo cuando cierra la oficina del banco, que asumimos como algo normal el abandono de la prestación del servicio. O como cuando tiene que echar el cierre el panadero, la frutera o el bar. Asumimos como normal que la Junta de Castilla y León entregue millones y millones de euros a Renault a cambio de mantener el empleo (y habría que hablar de qué tipo de empleo) y no se nos ocurre exigir los cuatro duros que costaría compensar las pérdidas de un pequeño empresario del medio rural que se ve obligado a cerrar y por tanto a privar de servicios a los pueblos y por tanto a seguir ahondando en el proceso de despoblación.

Nos han lobotomizado. Y no solo nos conformamos, sino que asumimos nuestra desgracia como propia y natural, y nos asustamos cuando a alguien se le ocurre levantar la voz y exigir derechos, servicios, prestaciones sociales… Como si el dinero que se percibe de la PAC no fuese de procedencia pública, como si el transporte de la capital no fuese deficitario, como si no fuéramos la gente de los pueblos gente que merece los mismos derechos que los que viven en la ciudad.

Pero no solo nos conformamos y asumimos, sino que además justificamos y votamos a aquellos que pretenden aplicar las leyes del mercado para frenar la despoblación, aun cuando a su vez pedimos rebajas fiscales para nuestro territorio, ayudas, subvenciones y demás partidas económicas procedentes del Estado que no están garantizadas, ni mucho menos, por la ley de la oferta y la demanda.

Pero estamos lobotomizados…  ¿O a lo mejor no?

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Virginia Hernandez
isaeirene2015@gmail.com