Neorrurales


Me está pasando algo en los últimos tiempos que me sonroja, pero sobre todo me emociona: hay gente que me llama para sugerirme temas sobre los que escribir. Me sonroja, y me emociona sobre todo, porque en esta vida hay pocas cosas con las que disfrute más que escribiendo, y el hecho de que haya gente al otro lado de mis textos que crea que lo que yo estoy diciendo es interesante, hasta el punto de proponerme ideas y demandarme más escritura es, probablemente, una de las suertes más grandes de las que disfruto en estos momentos.

Tras mi artículo Emigrantes, publicado en el mes de febrero en ‘La mar de Campos’, en el que establecía la relación entre los fenómenos migratorios que tenemos considerados indiscutiblemente como tales, como son la llegada de pateras a nuestro país o la salida de tantas familias en los años 60 a otros lugares de Europa, y los procesos por los que nos vamos de los pueblos, hubo gente que me pidió que escribiera un artículo sobre quienes hacen justamente lo contrario; es decir, sobre la gente que se va de la ciudad al pueblo, lo que conocemos popularmente como neorrurales.

Y empezaré el artículo sobre ellos directamente por su conclusión: los llamados neorrurales representan la única opción viable para el mantenimiento y desarrollo de la mayoría de nuestros pueblos. Solo nos salvaremos con la llegada de gente nacida en las ciudades y sin vinculación previa con el medio rural.

Soy consciente de que lo que acabo de afirmar puede generar muchas dudas, sobre todo entre las personas que han pasado toda su vida en el campo. De hecho, atesoramos ya unas cuantas y variadas experiencias sobre los profundos choques culturales que se producen con la llegada al pueblo de, digámoslo así, quienes todavía son urbanitas. Y es que es cierto que, en muchas ocasiones, cuando una persona de la ciudad llega al pueblo, no es que se haya encontrado con el rechazo de los autóctonos, que también, es que probablemente ha puesto el pie en su nuevo espacio con una visión absolutamente idealizada de lo que somos, y se pega el coscorrón. ¡Paradojas de la vida!, con los pueblos, o se nos tiene como unos catetos y se nos menosprecia por garrulos o, por el contrario, la gente nos imagina como si fuésemos seres celestiales en un poema pastoril de Garcilaso de la Vega.

Así, muchos llegan al pueblo imaginándose esa Arcadia feliz, no en pocas ocasiones, además, para huir de algún trauma. No se me olvidará aquel chico que apareció una tarde en San Pelayo diciendo que había buscado en Google cuál era el pueblo más pequeño de Valladolid porque le había dejado la novia y se quería venir a vivir. Este tipo de experiencias e impulsos, por cierto, acaban por fracasar estrepitosamente porque en cuanto desaparece el trauma, desaparece la necesidad de vivir en el pueblo. Y aprovecho para aclarar que tampoco es San Pelayo el pueblo más pequeño de la provincia, aunque haya vendido como titular en unos cuantos periódicos.

Siempre he defendido que el primer pilar para revertir el proceso de despoblación es establecer canales de retorno con la población vinculada, es decir, con aquellas personas que ya tienen una relación con el pueblo, ya sea afectiva o de tenencia de bienes inmuebles por herencia, porque resultará más sencillo atraerlas. Pero no siempre la existencia de ese vínculo tiene como consecuencia el querer amortizarlo; de hecho, muchas son las personas que utilizan el pueblo como espacio de recreo o vacaciones, casi casi, como si fuesen el mismísimo Fray Luis de León en su Oda a la vida retirada, pero que hablan del pueblo con un menosprecio absoluto para todo lo que no sea esa función de reposo que ellos consideran aceptable. No es raro escucharles afirmaciones del tipo “quién va a querer vivir aquí durante todo el año” y suelen, por lo que me han contado, guerrear mucho con los Ayuntamientos en esos procesos vacacionales porque lo quieren todo, lo quieren ya y lo quieren además para ellos, como si no hubiera otros muchos, o pocos, vecinos que tienen necesidades todo el año y para los que el Ayuntamiento tiene que invertir recursos, aunque para ellos sean recursos invisibles.

Si la gente de los pueblos se marcha o, por simple naturaleza, muere, y la población vinculada no es suficiente o no quiere fortalecer ese vínculo, los neorrurales, o sea aquellas personas que sin ser de pueblo y sin tener vínculo quieren establecerse en el medio rural, se convierten en una oportunidad única para el mantenimiento de nuestros pueblos.

Y esta oportunidad es, a su vez, constatación de un drama. Y es que ahora mismo, casi ningún pueblo tiene capacidad para recibir a la gente que no siendo del pueblo quiere establecerse en él, ¡que la hay! De hecho, lo hemos comprobado durante esta pandemia: ante la explosión de vuelta a lo rural que generó la Covid 19 se produjo a su vez un sentimiento de tremenda frustración entre los regidores y vecinos de los pueblos, porque no podían ofrecer alternativas a todas aquellas personas que estaban interesadas en venir a él.

Lo hemos dicho un montón de veces, puede haber mil familias interesadas en ir a vivir al pueblo, pero si no tienen casa, si no tienen transporte, si no tienen médico, si no tienen cajero, si no tienen una conexión a internet para teletrabajar, pero, sobre todo, insisto, si no tienen casa: ¿cómo van a hacerlo? Sin duda, hay que generar recursos para toda esa gente que quiere volver, pero no solo, hay que querer a toda esta gente que llega por primera vez.

Fuente: Proyecto Arraigo

Por eso, son fundamentales proyectos como el Proyecto Arraigo que no solo se ocupa de ofrecer una alternativa habitacional a quien quiere llegar al pueblo sino que además trata de engrasar las relaciones entre los que estaban allí de toda la vida y los nuevos, porque no podemos obviar que muchas veces quienes ya estaban se sienten agredidos, se sienten invadidos, muchas veces incluso se sienten ofendidos cuando alguien de fuera, sienten, entra como elefante en cacharrería a proponer cambios de cosas que si han sido así toda la vida por qué van a cambiar. Pero también es cierto que hay cosas que han sido así toda la vida y no por eso tienen que ser buenas. Por parte de todos es necesaria la flexibilidad, la capacidad de entender, de comprender y de progresar en común.

Así pues, a los neorrurales no solo hay quererlos, hay que atraerlos. Porque a la mayoría de nuestros pueblos no les basta con retener la población que tienen ahora mismo, es fundamental que la aumenten, y sin población vinculada y un remedio para la mortalidad, solo queda una posibilidad: que a la gente de fuera que quiere venir al pueblo se le pongan absolutamente todas las facilidades. Alfombra roja para los neorrurales.

Y, por supuesto, es también importante, neorrurales, que no solo repobléis, sino que tratéis de entender y comprender lo que funcionaba cuando vosotros llegasteis allí y entonces, en común, aprender y trabajar juntos, no solo para convivir felizmente, que por supuesto, sino para progresar y avanzar en el desarrollo rural.

Artículo publicado en La mar de Campos en marzo de 2021.

Virginia Hernández
virginiahgz@gmail.com