Muy de reyes


Ahora que se acerca la fecha, tengo que reconocer que yo siempre fui de los Reyes Magos, que eso de Papá Noel nunca me resultó propio, ¡ni siquiera cuando era una niña! Los Reyes Magos traían ilusión, Papá Noel solo regalos. Así que yo, desde que tengo uso de razón, a muerte con los Reyes Magos.

La verdad es que, para algunas cosas, siempre he sido muy de reyes. Por ejemplo, soy muy de la ruina Juana, una mujer culta, preparada, inteligente y muy capaz que se vio apartada del bastón de mando por la ambición y la maldad de su marido, su padre y su hijo, y condenada a un ignominioso encierro durante 46 años del que ni los comuneros primero, ni la injusta y machista Historiografía después, pudieron rescatarla, y a la que la memoria colectiva de todo un país relegó a ser una loca enamorada o una enamorada loca. ¡Qué simpleza y qué atropello!

reina Juana
Reina Juana I de Castilla

También soy muy del rey de bastos. Me cae muy simpático. Me gusta esa carta. Bueno, me gustan los cuatro reyes. Los cuatro de las cartas. Porque, además, en el juego del As, dos, tres, el rey es el gallo, y de pequeña me fascinaba.

Soy también muy de Alfonso X, el Sabio, que fue un tipo listo y nos legó que nosotros también pudiéramos serlo, a pesar del paso de los siglos. Soy de Urraca I de León, por supuesto, la primera mujer reina titular de la historia hispánica y otra víctima del machismo histórico y contemporáneo, que nos contó que ella fue todo lo contrario de lo que dispuso. Me estoy haciendo un poco de Pedro I, al que llamaban el Cruel, porque igual no fue todo cosa de su mal carácter. Y, si me apuráis, soy hasta de Isabel I de Castilla, la Católica.

Sin embargo, hay reyes a los que nunca he tenido simpatía; si miramos hacia atrás, no se me ocurre ni un detallito gracioso con el que honrar la memoria del despreciable Fernando VII, por poner un ejemplo, que tanto empeño puso en que nuestro país no fuese más que una cuadra de borregos adoctrinados por la peor Iglesia, seres oscuros y ajenos a toda modernidad que no pudiesen ser otra cosa que vasallos del ominoso Borbón. Bueno, en honor a la verdad, hay un detalle de Fernando VII que me hace estirar un poco la sonrisa: su nombre aparece en el frontal de la fuente monumental de mi pueblo, San Pelayo, a la que todas conocemos como el Caño. Evidentemente, él no tuvo nada que ver, pero se construyó en 1829, año en que él era rey de España, y así lo hace saber una inscripción. Pero, en fin, el caño de mi pueblo en nada fue responsabilidad suya. Así que, por mi parte, sigue siendo el rey felón.

Fuente conocida como «El Caño» en San Pelayo, Valladolid.

Pero no nos vayamos tan atrás, nunca he sido tampoco de Juan Carlos I. Siempre me pareció raro que un país moderno, un Estado social y democrático de Derecho, según su Constitución, que además en su artículo 14 declara que todos los españoles somos iguales ante la ley, tuviera un rey, un jefe de estado que lo es por razón de su apellido, porque, tomando las palabras prestadas de José Cadalso en sus Cartas marruecas, hace 230 años: “nobleza hereditaria es la vanidad que yo fundo en que, ochocientos años antes de mi nacimiento, muriese otro que se llamó como yo, y fue hombre de provecho, aunque yo sea inútil para todo”.

No sé… Quizás pueda parecerles un poco tiquismiquis, pero siempre se me ha hecho un poco raro que el jefe del Estado, a quien entre todos los españoles pagamos un sueldo, ya no para ejercer como tal, sino para vivir, para vivir bien, él y toda su familia, no fuese una persona que lo hace por su preparación o sus méritos, sino por apellidarse Borbón. Y lo que es peor, porque un dictador quiso que su sucesor fuese él, el Borbón, casi 40 años más tarde de que en España se decidiera democráticamente acabar con la monarquía.

Y si bien es cierto que cuando los españoles votaron sí a la Constitución del 78, votaron sí a Juan Carlos I, sí a la monarquía, también lo es que el mismísimo Adolfo Suárez reconoció en una entrevista a la periodista Victoria Prego que España no quería monarquía y que la única manera de colar a Juan Carlos I era vinculándolo a la propia Constitución.

 

Adolfo Suárez reconoce la manipulación del referéndum constitucional para consolidar la monarquía.

Así que no me gusta un rey que tuvieron que colarnos en un régimen democrático. ¿Por qué era necesario colarnos a Juan Carlos I? ¿Para qué? Siempre es buen momento para hacerse estas preguntas, más, si cabe, en estos días en que hemos constatado que el rey (ahora emérito) de España ha llevado a cabo con el dinero de sus súbditos, sí, los ciudadanos sujetos a monarquías se llaman súbditos, acciones de dudosa legalidad y, en todo caso, absolutamente inmorales.

Pero tampoco nos empeñemos en concentrar todas nuestras reflexiones en la figura de Juan Carlos I, me sigue pareciendo igualmente antidemocrático que le suceda su hijo Felipe VI, aunque digan que está preparado. ¿Acaso no podría estar igual o mejor preparada otra persona, aunque no llevase el apellido Borbón? 

Tras este aciago año, el 2021 solo puede brindarnos buenas nuevas; pues que nos conceda también una nueva forma política para el Estado. Los reyes para los libros de Historia, las partidas de cartas y, por supuesto, para dejarnos los regalos en el árbol el 6 de enero, pero para mí país yo quiero que por fin todos los españoles seamos iguales ante la ley, sin excepción, y sin Borbón mediante.

Artículo publicado en La mar de Campos.

 


Virginia Hernandez
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