Migrantes


Dice la RAE que migrar es trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Y que migrante es el que migra, obviamente.

Siempre se ha dicho que España es un país de migrantes. Tenemos muy claro que quienes se fueron a Alemania en los años 60 en busca de trabajo eran migrantes; sabemos que aquellos que lo hicieron mucho antes cruzando el océano Atlántico lo fueron; tenemos clarísimo que las personas que llegan a Europa en patera lo son; migrantes son también quienes llegan a España en busca de una mejor vida en avión, muchos más que en patera, por cierto; lo son, además de en muchos casos solicitantes de asilo, los que llegan a nuestro continente por el Mediterráneo, también los que mueren allí; son migrantes, aunque la propaganda política los revistió de aventureros, los que tras la crisis del 2008 tuvieron que salir de nuestro país a otros mejor posicionados en Europa en busca de un trabajo que España no podía garantizarles; y lo somos nosotras, todas aquellas personas de pueblo que nos hemos visto forzadas a no vivir en él.

Emigrantes españoles se disponen a abandonar el país con destino al extranjero. Fuente: El Confidencial.

Yo sé que cuando una persona piensa en migraciones vienen a su cabeza la imagen de familias en blanco y negro cargadas de maletas a punto de subir a un tren, si pensamos en emigración, y la de pateras llenas de subsaharianos, si pensamos en inmigración. Como bien adelantaba anteriormente, la propaganda política se ha ocupado muy mucho de que, cuando pensemos en estos conceptos, no visualicemos ni a gente de otros países llegando en avión, que es como llega la mayoría de inmigrantes a España, ni a jóvenes de veinti, treinti y cuarenti fregando platos en Londres o investigando mal que bien en una universidad de Alemania, que es un drama mucho más contemporáneo que el de aquellas familias que marcharon en los sesenta. En todo caso, en lo que no pensamos nunca es en aquellas personas que perteneciendo al medio rural, siendo toda su familia de pueblo, teniendo en el campo sus raíces, se fueron de allí.

Porque como con los universitarios mal llamados aventureros, nos grabaron a fuego que irse del pueblo era una necesidad. Obligación de prosperidad. Condición sine qua non para labrarse un futuro digno. Y generación tras generación, todos asumimos como verdad sin fisuras que nuestra salida del pueblo era fruto de una libre elección. Y elegimos, claramente, pero no en libertad. Elegimos como elige quien decide irse desde Zamora a Berlín porque no tiene manera humana de ganarse el pan en una tierra que no le da la una oportunidad laboral con los estudios en los que tantos años invirtió o, simplemente, elegimos como quien no encuentra en qué trabajar, sea de lo que sea.

Decía que migrar es trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. ¿No es acaso eso lo que llevamos haciendo ya incontables generaciones? Y aunque la RAE no lo explicita, convendrán conmigo que la palabra migración guarda un sentimiento de añoranza de regreso que no tienen viajar y prosperar. Y ahí está la clave. ¿Acaso no queremos volver la mayoría de los que no vivimos en nuestros pueblos? ¿Acaso no es esa la razón por la que quienes se fueron vuelven cada fin de semana, en cada período vacacional y, definitivamente, tras la jubilación? Si tan deseable era ese nuevo destino, si tanto futuro garantizaba, si el progreso vital se encontraba fuera del pueblo: ¿por qué volvemos una y otra vez? Porque somos migrantes que añoran su verdadero lugar en el mundo.

Somos migrantes porque hemos tenido que trasladarnos desde el pueblo donde habitaban nuestras familias, donde habitábamos nosotros, a otro diferente. Somos migrantes porque tuvimos que elegir irnos, sí, pero porque no nos permitieron quedarnos. Somos migrantes como los que salen de sus países de origen en busca de una alternativa laboral y, en otros tantos casos, habitacional. Somos migrantes porque aunque queremos vivir en el pueblo, no podemos. Por eso nos vamos.

Mesa redonda sobre iniciativas políticas contra la despoblación en Presura 2018.

Que tomemos consciencia de nuestro papel como personas migrantes es fundamental para reivindicar nuestro derecho a volver y también para que socialmente se tome consideración de la existencia de esta realidad. Aún resuena en mi cabeza el abucheo que se ganó un señoro al que no quiero dar publicidad pero que ahora ostenta un importante cargo en la Junta de Castilla y León cuando en una mesa redonda sobre despoblación, tras increparle yo por su discurso vacío de propuestas mientras se llenaba la boca con la palabra despoblación, acorralado, solo pudo responderme, ante el centenar de personas que allí estábamos, algo así como que me callase, que iba a contar a todo el mundo que yo no vivía en el pueblo. ¡Como si fuera un secreto! ¡Como si yo me escondiera! ¡Como si la imposibilidad de independizarme en mi propio pueblo no fuera para mí una tremenda cruz! Por fortuna, la mayoría de los que allí estábamos sabíamos que aquello que había hecho ese señoro conmigo no era dejarme en evidencia, sino meter el dedo en una herida que la mayoría compartíamos, que él ignoraba y tampoco quería comprender.

En este mundo cada persona es un mundo, los hay quienes son de pueblo y libremente quieren irse a la ciudad y quienes de ciudad quieren venirse al pueblo (esto  daría para otro artículo), pero el foco debe apuntar al problema de todas las personas vinculadas a su pueblo que quieren vivir en él y sin más remedio tienen que marchar. Debemos exigir políticas que garanticen los servicios fundamentales en nuestros pueblos, centradas, sobre todo, en la vivienda y las telecomunicaciones, para que, si esas personas quieren, que muchas quieren, queremos, no tengamos que trasladarnos desde el lugar en que se habita a otro diferente, o como bien define la RAE, no tengamos que migrar.

Artículo publicado en el número de febrero de 2021 en La mar de Campos.

 


Virginia Hernandez
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