Castellano de Castilla


Quienes me conocéis y sois asiduos a mis escritos, sabéis de mi compromiso y reivindicaciones constantes de los rasgos identitarios de nuestra cultura, nuestra lengua, nuestro folclore… Pero yo no he sido siempre exactamente así. Quiero decir, siempre he estado ahí, desde que me recuerdo: con mis jotas, mis pueblitos, mis tradiciones… Pero, amigas, yo estudié Filología Hispánica, y durante algún tiempo, con la Academia habíamos topado.

Y es que, claro, mientras estudiaba en la universidad, lo que yo quería era ser una buena filóloga, ¡una gran filóloga que se ganaba el respeto de sus profesores!, y durante aquellos años fui tremenda y profundamente academicista. Para todo. Me daba igual hablar de laísmo que de lenguaje inclusivo, yo había nacido para ser hija predilecta de la Real Academia.

Pero todo camino puede ser recorrido en dos direcciones, y la alumna que se afanaba en querer aprender todo en aquel templo de la sabiduría, dicen, también tenía sus movidas con sus coplillas, sus pueblitos y la tradición oral. Con el tiempo, me he caído muchas más veces del caballo de la Universidad, como San Pablo, pero fue en segundo de carrera cuando empecé a deshacer algunos de esos caminos y a cuestionar determinados dogmas, bien para quedarme con lo que personalmente creía que merecía la pena, o bien para desecharlos, pero siempre después de un profundo ejercicio de reflexión.

Como os decía, en segundo de carrera estudié una asignatura que se llamaba Dialectología. Durante el primer cuatrimestre estudiamos la dialectología histórica, es decir, aquellos dialectos del castellano que habían ido desapareciendo con el paso del tiempo, y disfruté como una enana, porque siempre he sido una apasionada de la historia de la lengua. Pero no solo aprendía a pies juntillas lo que me contaban; ese yo interior que se despertaba poco a poco no pudo pasar por alto que algunos de los dialectos que nosotros estábamos estudiando en la Academia como históricos eran dialectos bien presentes; yo escuchaba música con letras cantadas en algunas de esas lenguas teóricamente muertas, y no se me escapaba la existencia de reivindicaciones políticas contemporáneas sobre el uso de esas lenguas supuestamente extintas. Se abría en mi cabeza un melón de dimensiones considerables.

La segunda parte de la asignatura me gustó bastante menos, porque tratamos los dialectos actuales, los que indiscutiblemente se hablan hoy: el andaluz, el canario, el murciano… Sin embargo, fue esta parte la que acabó por despertar en mí, no solo la pasión por las palabras, sino la pasión por los rasgos de cada lengua, de cada pueblo, de cada cultura y del uso político, sí, político, que se hace de ellos. Y comprendí de manera definitiva cómo los académicos no se dedican, como deberían, a describir cómo usan los hablantes la lengua, como un ente vivo, sino a prescribir lo que está bien o mal y dónde está bien o mal, con unas consecuencias en ningún caso inocuas.

Baste esto como introducción, porque no pretendo hablaros de los traumas con mi carrera, que son muchos, y casualmente, todos tienen que ver con las relaciones entre lengua, literatura y política. Por cierto, que yo diga castellano y no español es también una decisión muy meditada que también tiene que ver con la política. Pero vayamos al meollo.

Portada el El Prencipinu

Esta fue una asignatura tan apasionante que tuvimos que leer, incluso, fragmentos de El principito en castúo, el dialecto propio de Extremadura. Y fue precisamente leyendo esos textos dialectales contemporáneos, cuando algo empezó a sacudirme muy dentro; y es que yo estaba estudiando como rasgos dialectales propios de una zona ajena a mí, algunos de los rasgos que si yo hubiera llegado a mi pueblo o a los pueblos de mi zona desde otro planeta habría descrito como rasgos propios de ese lugar. Y esos rasgos propios que estábamos estudiando como características propias de otras zonas de España no coincidentes con lo que consideramos hoy las dos Castillas, los estudiábamos en otras asignaturas como vulgarismos del, podríamos decir, castellano normativo, es decir, como la lengua mal utilizada por nosotros, los que vivimos en esas dos Castillas.

Así, en según qué dialectos, estudiábamos que para la formación de la tercera persona del plural de verbos como decir o traer se añadía una -n a la tercera persona del singular, es decir de dijo>dijon de trajo>trajon, lo mismito que dicen hoy las personas más mayores de nuestros pueblos y que toda la vida hemos ridiculizado por mal hablado. Lo inculto de los pueblos de Castilla eran los mismos rasgos dialectales de otros territorios que estábamos estudiando, para además conservar, en un aula de la Universidad de Valladolid.

Creo que esa asignatura bien pudo ser la génesis de todo en lo que yo he ido especializándome después, de todo lo que he querido aprender, de todo lo que he querido investigar y, posteriormente, de todo lo que me he empeñado en defender.

Fue entonces cuando empecé a hacer un pequeño diccionario con las palabras que escuchaba a mi abuela, o que escuchaba a la gente de mi pueblo, y que, era consciente, no usaban en otros sitios. Empecé a anotarlas primero mentalmente, después en algún papel y, finalmente, decidí pasarlo a un documento de Excel: Glosario de expresiones y palabras sampelayinas. Ahí dejé de ejercer en solitario y empecé a pedir colaboración a mis familiares y vecinos para que me dieran más munición. De ese ejercicio fui sacando no pocas palabras y expresiones, de las que muchas veces nos habíamos reído, y además empecé a hacer el esfuerzo de interiorizarlas.

Fue en este proceso cuando tuve la suerte de conocer a María Sánchez, veterinaria de campo y escritora, defensora como nadie de nuestros pueblos y de las mujeres rurales, y autora de uno de mis libros de cabecera: Tierra de mujeres. Pero no solo tuve el placer de conocerla, también he podido colaborar con su Almáciga, un semillero de palabras de nuestros medios rurales y uno de los proyectos más bonitos que existen para nuestro empoderamiento. Gracias y a través de ella y las redes sociales encontré a más gente que hacía sus pequeños diccionarios y que era consciente del valor de las palabras y la lengua.

fotografía del encuentro de mujeres rurales

Encuentro de mujeres rurales en La otra librería café de Valladolid con María Sánchez, el 16 de marzo de 2019.

Y si me he acordado de todo esto no es porque me haya dado nostalgia de aquel encuentro que celebramos en la Otra librería café (Valladolid) con ella y otras mujeres rurales de esta tierra. O porque María Sánchez sea una escritora estupenda y sus libros obligatorios para cualquier librería. Ni por mis traumas. Sino porque el otro día mi amiga Marta me espetó: “¿Cuándo vas a hacer un artículo defendiendo el laísmo?”. Y empezaré por confesar  que me empeño en serlo, pero dudo constantemente entre el la y el le porque nos enseñaron a no ser laístas y leístas y casi acabo ya por no saber cuándo está bien, normativamente hablando, y cuándo está mal; pero tenía razón: ¡la apología del laísmo era necesaria!

Tenemos que defender nuestro laísmo y nuestro leísmo porque los hablantes de la lengua de esta zona, con el uso, hemos acabado por utilizar el pronombre personal la/las como Complemento Indirecto si es femenino y le/les como Complemento Directo si es masculino. Esa “perversión” de la norma nos pertenece. Lo mismo que otros usan el condicional en vez del imperfecto de subjuntivo, “si vendrían…”, o coordinan el verbo con el Complemento Directo en vez de con el sujeto, “hubieron muchas personas”. Y es legítimo, no es ninguna aberración. ¿Acaso no fue eso lo que sucedió con el latín? ¿Acaso lo que hablamos nosotros no es absolutamente latín vulgar? Tan vulgar que llegó a ser otra lengua. ¿Por qué nos empeñamos en poner coto, en poner  fronteras, en poner límites a la lengua que es un elemento vivo que evoluciona? Una cosa es la corrección gramatical y otra empeñarnos en poner diques a mares lingüísticos que arrasan irremediablemente la norma anterior.

Yo, empeñada, como siempre, en que nada es porque sí, sino que determinadas cabezas por determinadas razones toman determinadas decisiones os pregunto: ¿por qué enseñan a nuestras hijas a pronunciar la elle (ll) como /y/? ¿Por qué el yeísmo sí se hizo norma para quienes eran yeístas, pero también para los que conservamos el sonido de la elle? Si me quieren yeísta tendrían que quererme laísta también, pero no.

A Marta le respondí que no daba el laísmo para escribir un artículo y, al final, he acabado por escribir un testamento sobre mis clases de Dialectología; pero para contaros que diez años después he concluido que tenemos que reivindicarnos y que nuestros vulgarismos no lo son. Tenemos que reivindicarnos porque quizás alguna de esas cabezas que piensan y deciden necesitó desposeernos de nuestros rasgos lingüísticos en pos de un castellano normativo, o español. Se habla mucho desde los nacionalismos periféricos de cómo se españolizó a sus pueblos pero muy poco de cómo se nos descastellanizó a nosotros, empezando por la propia lengua, aunque pueda parecer una incongruencia.

Así que me reivindico, y a partir de ahora quiero que me regañéis si no me oís ser laísta, si no me oís decir que me he quedado algo o lo he caído. Ve hai, quiero que me echéis una regañina si me oís decir que cojo un trapo y no la rodea, o el recogedor en vez del badil, si no voy en ca mi abuela a por cualquier testel de la pozaleta que está en el sobrao, ¡o si no compro al fresquero! Quiero decirle a un amigo: “no vayas por hai que está todo pradizao y te vas a atollar, que ya lo había apregonao el potajero de tu vecino tresantier, que iba a chaparrear y menudo andaluvio que cayó”. Y no intenten buscar sentido alguno a este chapazal lingüístico, que solo quería presumir de algunos ejemplos, aunque fueran inconexos.

Y como no tie mal alma quien escribe, les pido: ¿me ayudan con este particular diccionario que ya ronda el centenar de entradas con aportaciones como piejo, escantar, embriscar, mudadal, miaja, asturar, enzaspar, nublao, cambrija o frisar? Aguardo.

contraportada

Artículo publicado en La mar de Campos del mes de junio de 2021.


Virginia Hernández
virginiahgz@gmail.com