
20 Dic Cascajo
A pesar de que en su segunda acepción la RAE define claramente lo que es, cada vez que con mis amigos surge la conversación (que suele ser de diciembre en diciembre) y les hablo de que en mi casa, en Navidad, después de comer y cenar, ponemos cascajo, suelo tener que recordarles la definición; antes no la conocían y de año en año, tampoco la recuerdan.
Cuando les explico que el cascajo es la bandeja colmada de nueces, avellanas, almendras, peladillas, pasas y otros frutos y frutas secas, según la versión de cada casa, que sacamos después de la comilona, la cara de desconocimiento se torna en susto: “¿Os ponéis a comer frutos secos después de todo el festín? ¿Con sus calorías? ¿Con lo que llena? ¿Con lo pesado que es?”. Etc.
Nunca lo había pensado… Y sí, visto así, puede parecer un poco exagerado, pero como todo en Navidad. ¡Y siempre se ha comido! O no. Esa es la cuestión. El cascajo no es algo que siempre se haya comido, sino que es algo que siempre HEMOS comido.
Cascajo come mi familia de San Pelayo y mi familia de Peñaflor. No tengo otra. Así que para mí el cascajo es tan navideño como el lechazo. Lo que no sabía es que era algo tan nuestro y no de otros. Así que ahora me gusta más. Y como más cascajo. Sin que ello implique comer menos mazapán, no vayáis a pensar…
Me gusta el cascajo. Como la escarola con granada. ¡Qué cosa tan simple!, diréis ahora que el plato más sencillo de nuestras mesas es una carne sellada con reducción al Pedro Ximénez y virutas de foie. Pero eso no sabe a Navidad. A Navidad sabe la escarola con granada que pone mi abuela y que yo, para su tranquilidad, me comprometo a seguir poniendo cuando ella no esté, porque si no, no será fiesta.
Por fortuna, aún conservamos cosas muy nuestras… algunas podemos mantenerlas, pero otras, los que nos sucedan, no las conocerán. Eso pienso cada vez que paseo por las frías calles de San Pelayo en Navidad, o en invierno en general, y respiro el olor a lumbre, a chimenea… Y veo ese humo que se confunde con la niebla… Ese olor a leña quemada como aroma general no lo conocerán los hijos de las calefacciones… Y ese olor… ¡Ay!, ese olor nadie lo podrá retener, ni conservar, ni transmitir… Como no hay suelo radiante que queme los pies como quemaba el suelo con la gloria… ni calefacción de pellets que abrase tu cara como lo hacía enrojar.
Por el significado de enrojar me preguntaron el otro día… Y casi me caigo de la silla. Así que de repente vinieron la gloria, las chimeneas, la escarola y el cascajo a contarme la Navidad… Porque al final, vivimos la Navidad con el espíritu de la infancia y allí es donde vamos una y otra vez. Cuando compramos los regalos estamos pensando en la ilusión de los niños, pero esa ilusión y esas caras cuando el día 6 abran sus regalos, serán las nuestras abriendo los nuestros propios…
Cada año me gusta más la Navidad, ya os lo he contado, porque es nuestro lugar común. Así que hagámonos un favor: no desdeñemos ni el más mínimo detalle de aquello que nos vuelve a pasar por el corazón cada vez que echamos la vista atrás, y la noche del 24, cuando terminéis de cenar, no olvidéis lo mejor de la sobremesa: el cascajo.