18 Sep Alerta roja
Ayer, 17 de septiembre, el mundo de la cultura y los espectáculos salió a la calle para defender su sector, un sector tradicionalmente disgregado, muy heterogéneo y que no en muchas ocasiones habíamos visto unido para reivindicar sus derechos como hicieron en la exitosa movilización convocada en 28 ciudades españolas para pedir medidas urgentes que les permitan seguir adelante y sobrevivir a la crisis derivada de la pandemia.
Durante el confinamiento, muchas fueron las personas que celebraban, aplaudían y alababan todas las actuaciones desinteresadas que muchos artistas nos brindaron a través de las redes sociales para hacernos más llevaderos aquellos aciagos días; sin embargo, cuando llegó la nueva la normalidad, la nueva normalidad se olvidó de ellos.

La cultura siempre ha sido la hermana pequeña, cuando no también maltratada, de algo considerado más importante. Siempre mezclada en los ministerios, en las consejerías y en las concejalías con deportes, con turismo, con participación ciudadana… y, en general, situada en aquellas delegaciones a las que le sobraba un huequito. Empezando por la Diputación de Valladolid, para la que la cultura es simplemente una ramita, pequeña, muy pequeña, dentro de turismo, que ya sabemos que es lo que realmente les pone a muchos de nuestros dirigentes: llenar a cualquier precio nuestros pueblos y ciudades y convertirnos en parques temáticos, aunque eso cueste la muerte de la propia identidad cultural que pretenden explotar. ¡Con lo interesante que sería que la cultura fuese en realidad la savia que lo atraviesa todo! Por no hablar de los derechos laborales de quienes se dedican al mundo del espectáculo, ¿sabíais que los técnicos de sonido, por ejemplo, están adscritos al convenio colectivo del sector del metal?
Que la cultura sea, como decía, nuestra pequeña hermana maltratada, además dice mucho de nosotros como país, porque la cultura es una herramienta emancipadora de la sociedad, nos hace crecer como personas, como colectivo, nos hace más libres, más capaces, más democráticos, incluso. La cultura es necesaria para la vida misma. Una sociedad que desprecia su cultura y su arte es una sociedad empobrecida y en última instancia aborregada, porque pierde su capacidad de pensar por sí misma.
Muchas personas, de hecho, consideran la cultura como un mero pasatiempo, como un tablero de juego más; cuando podemos consumir ocio pues consumimos ocio, pero cuando llega una inesperada pandemia y tenemos que adoptar otros hábitos, directamente cerramos con candado esa casilla del ocio sin preocuparnos por todas las familias, más de 700.000, casi el 4% del PIB, que viven precisamente de entretenernos (¡y cultivarnos!).

Y así, asistimos a la paradoja de contemplar atónitos trenes llenos, aviones llenos, el metro lleno, autobuses llenos…, a la par que al teatro Calderón de Valladolid, que tiene capacidad para unos 1.000 espectadores, solo pueden entrar 25 personas, aunque esas mismas 25 personas hayan llegado hacinadas en un autobús. Además, muchos Ayuntamientos pequeños nos hemos visto obligados también a suspender o posponer programaciones ante el miedo generado en la gente, precisamente, por esa falsa alarma creada desde las altas esferas, supongo que porque siempre se necesita un chivo expiatorio y mejor si el chivo es un sector que no está(ba) organizado.
En el futuro queremos volver a teatros y a conciertos como lo hacíamos antes, y queremos volver a bailar en las verbenas de nuestros pueblos, y que ninguna trabajadora se quede atrás. Pero para que podamos volver a hacer todo eso y para que nadie caiga en la miseria, no basta con llenarse la boca hablando de la lucha obrera, tenemos que garantizar que puedan seguir trabajando durante estos meses, aunque sean diferentes.
En la movilización del 17S las profesionales de la industria del espectáculo y los eventos demostraron que la cultura es segura con una organización impecable en la que para asistir había incluso que sacar entrada; es más, la organización nos indicó con sobrada antelación la hora a la que teníamos que ir y en qué lugar teníamos que colocarnos, hubo una escrupulosa separación de metro y medio entre personas y se respetaron las más exhaustivas medidas de seguridad, hasta con cruces en el suelo que marcaban nuestra obligada ubicación. Si se pudo hacer una movilización así en toda España, ¿cómo no vamos a estar seguros en los teatros?, ¿cómo no vamos a estar seguros en los conciertos?

¿Dónde está el problema? ¿En que en un concierto no podamos bailar o hacer pogos? Cero dramas: no es inconveniente el tener que sentarme en una mesa y cantar a grito pelado con la mascarilla puesta, porque para volver a bailar esos pogos, primero tengo que cantar desde la mesa, para que esos músicos, técnicos de sonido, iluminación, etc., puedan seguir trabajando y no tengan que cerrar. Solo tenemos que acostumbrarnos a hacer las cosas de distinta manera, como nos hemos habituado ya con otras tantas acciones de nuestra vida cotidiana: nos untamos las manos a todas horas con gel hidroalcohólico, llevamos mascarilla, hacemos cola para entrar en la frutería desde la calle, nos saludamos con el codo… Si nos hemos acostumbrado a todo eso, ¿por qué no vamos a acostumbrarnos a dar golpecitos sobre la mesa para marcar la batería y a desgañitarnos desde una silla?
El mundo de la cultura, ya de por sí precarizado, menospreciado y maltratado ayer nos lanzó un SOS. No podemos tolerar que ahora se les dé la espalda. Y mucho menos podemos tolerar que se criminalice su sector. Es nuestra obligación como sociedad lanzarles el salvavidas.
Nos toca cuidar a quien nunca dejó de cuidarnos a nosotros.
